6:37
Un ruido estático provoca que
despierte. Abro los ojos lentamente; estoy acostada boca arriba en la cama,
bajo mis cobijas. Al fondo, una luz roja hace contraste con la oscuridad que me
rodea, logro distinguir la alfombra azul que cubre el suelo de mi habitación.
Quiero encontrar el origen de
ese sonido, pero me doy cuenta de que mis brazos, piernas y abdomen están
quietos, pesados, paralizados. Con mis ojos, procurando dejarlos dentro de sus
cavidades, examino el espacio a mí alrededor. Es mi habitación; logro observar
el librero, el armario, la ventana, la noche que carece de luz de luna y la luz
roja que apunta hacia el suelo debajo de mi cama.
Algo me detiene, no me deja
levantarme; comienzo a ponerme nerviosa. Respiro rápidamente, trago saliva,
intento moverme, sin lograrlo. Después de lo que me pareció una eternidad, veo
cómo la cobija que tengo sobre mí empieza a caer muy lentamente al suelo. Mis
ojos giran lo más que pueden hacia la izquierda para ver qué es lo que provoca
que la cobija caiga.
Logro girar unos centímetros
mi cabeza, provocando que una lágrima resbale por mi mejilla hasta llegar a la
almohada, que sostiene la parte más fuerte de mi cuerpo en este momento. La luz
roja ayuda a visualizar lo que parece una mano pequeña que sale de debajo de la
cama, que sostiene fuertemente la cobija, aferrándose a ella como si su vida
dependiera de ello.
Mi corazón quiere salir
corriendo del pecho inmóvil que lo protege, siento mis manos sudar y la
garganta seca.
Sé que mi madre está al final
del pasillo, en su habitación; tal vez si pudiera gritarle, vendría corriendo a
ayudarme, a despertarme de esto que parece una pesadilla. Cuando intento
pronunciar palabra, me doy cuenta de que es inútil. Es como si mi garganta se
hubiera cerrado para siempre.
La cobija sigue cayendo, sé
que lo que sea que esté debajo de mi cama está provocando todo. Él sigue
jalando sin importarle que esté aterrada; parece disfrutarlo.
Sin darme cuenta, formulo una
pregunta en mi cabeza “¿qué es lo que
quieres?”, y él parece entenderme, porque, por un momento, el sonido se
detuvo y la cobija dejó de caer. Me quedé paralizada, expectante, observando lo
que me era posible en aquella repentinamente silenciosa habitación. Cuando de
pronto escucho una voz de un niño pequeño, que proviene de debajo de mi cama
diciendo: “alma”. Habiendo dicho
esto, comenzó a jalar la cobija con más fuerza y empezó a descubrir mis pies,
piernas, abdomen…
Cuando mi corazón ya no pudo
más; cuando creí que iba a morir; cuando sentí el mayor miedo de mi vida… la
atmósfera cambió totalmente. La luz del sol entró por mi ventana, los latidos
de mi corazón fueron tranquilizándose y mi cuerpo consiguió su movilidad.
Estaba bañada en frío sudor, y la cobija estaba en el suelo.
Después de unos minutos, me
senté en la orilla de la cama, recapitulando en mi mente todo lo que había
sucedido. Me levanté y examiné mi habitación exhaustivamente, pero no encontré
algo que pudiera dar respuesta a lo que viví. “¿Cómo podría empezar a explicar lo que pasó?”, pensé.
De pronto, se escucha una voz
que me anuncia que el doctor llegará a las 6:30, aunque yo sé que eso no es
cierto; el doctor Aripes nunca es puntual.
Después de unos minutos, entra
a mi habitación, vistiendo su extremadamente blanca bata, sosteniendo su tabla
portapapeles en la mano izquierda y su pluma en la derecha.
─ ¿Qué fue lo que te pasó?
Todo un mes sin pesadillas y ahora mírate ─ me dijo con preocupación.
─ Doctor, usted no entiende.
Ésta vez fue real… sí que lo fue. Viene por mí. Quiere matarme ─ le dije
mientras lloraba.
─ ¿Qué hizo ésta vez? ─
preguntó con escepticismo.
─ Dijo que quería mi alma,
jaló mi cobija para asustarme y me inmovilizó…─ le comenté aterrada.
─ Mira a tu alrededor ─ me
dijo con un dejo que tristeza en sus ojos.
Lo miré fijamente, mis labios
temblaban y no podía dejar de llorar.
Giré mi cuerpo hacia atrás y
observé el entorno. Mi habitación se había esfumado. Ya no existía mi cama, mi
librero, mis peluches, mi ventana; nada era mío. Era una habitación
completamente blanca, que consistía de colchones en paredes, piso y techo, sin
ningún mueble a la vista. Me quedé plantada ahí sin mencionar palabra… el
cuarto estaba vacío…
Susana Nevarez
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