Bendita Muerte



“¡No sabría explicarte qué es lo que está pasando exactamente, Miriam! ¡Las personas solo corren de un lado a otro huyendo de lo que parece ser nada! Se observa que algunas personas sostienen en mano sus pasaportes, queriendo abandonar su país. Se dirigen al aeropuerto, a sus embajadas… Los oficiales tratan de mantener la paz en la ciudad guiándolos hacia una ruta de evacuación alterna que los pondrá a salvo de lo que se ha transformado en una histeria colecti… dios santo… ¡¡Pero qué veo!! ¡Los están matando, Miriam! ¡¡LOS ESTÁN…!!”
Así se cortó la transmisión de un reportero de radio mientras huían de los policías en aquella patrulla robada.
Lucía manejaba a toda velocidad por las calles oscuras; llegó al puente rodeado por agua y su miedo creció considerablemente. David, con una mano se sostenía de la puerta, sus pies hacían la acción de frenar, inútilmente. Giró su cabeza hacia Lily, que iba llorando, así que la tomó de la mano y giró hacia enfrente.
Lucía, desesperada, lloraba y veía a su hija por el espejo retrovisor, sin disminuir la velocidad. Entonces, miró a David, sollozando, así que la besó; acto seguido, cuando aquel beso no había acabado aún, él puso su mano sobre el volante y giró peligrosamente hacia la izquierda… hacia el mar.
Cayeron estrepitosamente al agua. El carro se hundió en segundos.
Cuando el agua los cubría por completo, David les hizo señas para salir del carro. Lucía tomó a Lily y salieron todos del auto. David parecía saber a dónde se dirigía, así que Lucía lo siguió; lo que necesitaba era aire para su hija.
Nadaron por unos segundos, hacia lo que parecía un abismo oscuro, tenebroso y el agua se sentía mucho más helada de lo normal. Continuaron avanzando en línea recta hasta que Lucía vio a David subir; no dudó. Avanzaron unos cuanto metros y llegaron a la superficie. Lily en cuanto sintió aire, tosió y escupió un poco de agua que había retenido en su boca. Lucía la atendía, tocaba su espalda y sostenía su cabello mojado; todo estaba bien. Fue hasta que Lucía vio a su alrededor, se dio cuenta de que no eran los únicos ahí.
Había personas extrañas de pie, observándolas con atención. Eran de todos los colores, negros, blancos, amarillos, rosados. Eran personas pero… algo había cambiado. Todos iban desnudos, aunque a ninguno parecía importarle. Nadie tenía cabello o vello corporal; o aparato reproductor.
Cuando Lucía giró su cabeza hacia David para preguntarle qué estaba pasando, él ya no era igual. Se había transformado en lo que eran aquellos seres.
̶ Está bien ̶  le dijo David con calma ̶ Todos aquí son así ̶ le comentó, mientras la motivaba a verse.
Cuando Lucía miró hacia abajo, se dio cuenta de que ya no era la misma, había cambiado; y Lily también. Parecía muy contenta, curiosa, como todo niño. Tocaba su cabeza calva y reía.
Lucía solo la observó y sonrió al verla tan motivada. De pronto, unas puertas de metal que no había visto, comenzaron a abrirse, lo que dejó ir entrando poco a poco la luz del sol, que parecía que éste estaba situado a unos cuantos metros, lo dedujo por la intensidad del rayo de luz. Cuando la luz comenzó a cegarla, cuando entrecerró los ojos para lograr distinguir lo que sea que estuviera del otro lado de esa puerta, cuando casi lograba ver el horizonte… la despertó un golpe de vidrio roto. Alguien había entrado, Lily despertó también y se refugió en los brazos de su madre. Se escucharon pasos en el suelo que tenía sobre sus cabezas. Era un buen escondite aquel pequeño sótano. Lucía abrazaba a Lily y cubría su boca, por si algún ruido salía de ella.
̶ Aquí no hay nadie ̶ dijo alguien de una voz grave.
̶ ¿Cuántos llevas? ̶ le preguntó su compañero.
̶ ¡13! Fue en el laberinto ̶ contestó el primero.
̶ Pff… 13… y en el laberinto. Que inútil eres  ̶ comentó en tono burlesco. Siguió farfullando mientras caminaban hacia afuera.
Mientras, debajo de ellos, vivían temporalmente la mujer y su hija, aterradas; pero era el lugar más seguro que tenían.
Lucía se quedó pensando en su sueño, sin soltar a Lily de sus brazos; no sabía qué hora era, o si era de noche, o si había sobrevivientes… lo único que sabía era, que preferiría despertar en un nuevo mundo y no debajo de aquella vieja tienda de sombreros.

                                    
Susana Nevarez

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